miércoles, 10 de julio de 2013

La explosión del polvorín de Cádiz.



Me llamo Pepe Delgado Lavi y quiero hablar de unos tiempos en los que todavía íbamos al colegio y entrábamos, los niños, por la puerta de la Calle Diego Niño y, las niñas, por la de la Calle Cielo; de cuando los fotógrafos retrataban con cámaras aparatosas que tenían una tela detrás para tapar la luz y estaban fijadas en un trípode; los tiempos en los que, los falangistas, llegado el verano, no podían pisar las iglesias por llevar pantalón corto; en los que, la publicidad de las grandes bodegas como Terry y Caballero, se hacía a mano, pintándolas en talleres como el de mi padre… aún lo oigo diciéndome: “¡Pepito! Termina el color de las manos para los carteles de Caballero y después te vas a jugar si quieres…”. Hablo del año 1947 y, concretamente, del mes de agosto.

Esa noche la pasaba acostado con mis hermanos pequeños en la habitación que tenía nuestra caseta de vino en la Playa de La Puntilla. Allí es donde pasábamos los días desde la festividad de la Virgen del Carmen hasta la de la Virgen de Los Milagros (como era costumbre entonces), aunque mis hermanos mayores sólo venían en ocasiones en el autobús celeste de Don Emilio Botello, porque trabajaban en el taller de mi padre o de almaceneros en El Puerto. Teníamos una estantería con botellas de vino justo encima de nuestra cama y, ese mismo día, por precaución, le habían colocado un alambre, cruzado horizontalmente y a media altura de las botellas, para evitar que algún día nos cayeran en la cabeza mientras reposábamos. Pero esa noche, de repente, oímos una gran explosión que venía de Cádiz e hizo temblar la caseta, hasta el punto de romper una botella, que cayó sobre mí y me cortó en el brazo derecho.

Cuando salimos de la caseta y miramos al cielo, vimos un rojo intenso que lo cubría todo. La gente estaba nerviosa y sacaba distintas conclusiones sobre el por qué de la explosión pero, finalmente, nos pudimos enterar que había estallado un polvorín en Cádiz que contenía gran cantidad de pólvora y explosivos militares. Aun recuerdo el barco “Tío Pepe”, que era el único con emisora de radio entonces, zarpando del muelle para llevar médicos y ayuda hacia Cádiz; pero lo que no olvido es esa botella que cayó desde la estantería de nuestra caseta para dejar una marca en el brazo derecho de un niño que, a penas, tenía diez años.


Recuerdo de Pepe Delgado Lavi

"El día más feliz de mi vida"


24 de julio 1963. A las 9:00 de la mañana.

Me casé en la Iglesia Prioral. ¡Qué ilusión! ¡Qué emoción! No me lo creía. ¡Yo casada con José! Que tanto me había costado.

Me pasé toda la noche preparando la ropa mía. Mis amigas me vistieron; el traje que me lo "emprestó" una amiga, los pendientes la otra... todo era prestado pero entre todas me arroparon.

Llegó la hora, me fui a la Iglesia y nos casamos. Mi cuñado era el padrino
y, mi consuegra, la madrina; parecían dos artistas.

Nos fuimos al colegio donde yo estuve a ponerle las flores a la Virgen. ¡Qué alegría y emoción! Las monjas me contaron y, las niñas, cómo me miraban.
Me eche fotos con las niñas.

Lo celebré en casa de mi suegra y allí lo pasamos muy bien con la familia y amigas. Estuvimos hasta las tres de la tarde.



Recuerdo de Pepa Estrada

martes, 13 de marzo de 2012

Recuerdos de mi niñez


Yo me crié con las monjas: “las Hijas de la Caridad”.

Era el fin de curso del año 1962, todas las niñas teníamos muchas ganas de saber que notas habíamos sacado.

Ese año, además, se premiaba a la mejor conducta en todo, mejor en clase y mejor aplicación.

El premio consistía en una banda que llevaba escrito la mención por lo que se premiaba.

La primera banda de honor se le concedió a una niña  que luego fue monja,  a continuación la de conducta y después fue la de mejores notas.

Cuando la madre superiora dijo… “la mejor en aplicación es María del Carmen Gómez”, dijo mi nombre,  yo no me lo podía creer, me temblaban las piernas.

Ese día fue inolvidable, lo recuerdo como el día más feliz de mi vida.

Recuerdo de María del Carmen Gómez Gómez

Toros en El Puerto


Antiguamente todas las corridas de toros se celebraban el Domingo.

El día antes, el sábado, llevaban los cabestros por la calle sueltos desde el antiguo matadero, que estaba por detrás de la estación y luego iban  por la ribera hasta la plaza de toros.

Se celebraba el desencajonamiento, que consistía en que el camión, en el que se transportaba la corrida, entraba al ruedo y era estacionado al otro lado de los toriles. Se iban levantando las puertas de los cajones uno a uno, el toro salía y los cabestros lo llevaban hasta los toriles.

Después, entre todas las entradas vendidas, se hacia una rifa y se sorteaba un jamón, una maquina de coser y cortes de trajes, entre otras cosas.

Por la noche en el parque Calderón tocaba la banda de música de Rocafú y se bailaban pasodobles, allí era donde se conocían las parejas.
 Recuerdo de Mari Carmen González Rodríguez

lunes, 27 de febrero de 2012

Mi muñeca


Vivíamos en una casa de 12 vecinos, la que menos niños tenía era mi madre, sólo 6.

Con cuatro años me trajeron los reyes una muñeca, de cartón. En el patio jugábamos todos los  niños con sus juguetes. Pero tuve un descuido, se me olvido guardarla.

Por la mañana cuando me levanté y no la encontré me fui corriendo al patio para cogerla. Al fin la vi, estaba toda hinchada, esa noche había llovido y como era de cartón me quede sin muñeca.

Me pase todo el día llorando, nunca he tenido otra.

Después de aquello no volví a tener más reyes.  Ahora de mayor, por no decir vieja, sí me ponen reyes mis hijos y nietos.      

Recuerdo de PILAR PAYARES LÓPEZ

Una casa de la calle Arenas



Éramos una familia grande y todos teníamos que ayudar económicamente.

Vivíamos en la calle Arenas nº 9 en los años 50 y 60. Este nombre es el popular, realmente se llama Arzobispo Bizarrón y se encuentra en el barrio alto de El Puerto.

Cientos de muchachas pasaron por esta casa. Iban para  bordar y se hacían su ajuar para casarse.

También hacíamos todo tipo de manualidades como jerséis de lana, ganchillo, también “cogíamos las carrerillas”  de las medias. Algunas hacían mallas.

Yo soy Maela, su  profesora, y la verdad era muy querida por todas.
 
Esta fue una época muy bonita de mi vida, siempre rodeada de jóvenes muchachas dispuestas a aprender.

Recuerdo de MAELA PÉREZ DE LA LASTRA

Mi infancia con 8 ó 9 años



Corrían los años 60 y en las playas, tanto en la Puntilla como en Valdelagrana, no había agua para beber.

Mi padre y mi hermano iban con la bicicleta, un carrito y alguna garrafa a la fuente de las Galeras, allí cogían el agua y la repartían por las playas: por los cuatros bares que había y las casetas de familias.

A mí, con 8 ó 9 años, me ponían con una mesa, un toldo, dos búcaros y cuatros vasos a vender agua en la Puntilla.


Beber en el búcaro costaba dos reales, en el vaso un real. Me llevaba toda la mañana vendiendo agua hasta que, al medio día, llegaba mi madre para llevarme la comida. Entonces ya terminaba mi trabajo y me iba a jugar a los montes de arena (los llamábamos las “cataratas” ).

Mi hermana, que era mayor, se iba los Domingos a Valdelagrana. 

Así estuvimos algunos años hasta que metieron el agua en las playas y se nos acabó el trabajo. 


Recuerdo de DOLORES CARO DE LOS ÁNGELES

viernes, 27 de enero de 2012

La antigua feria de El Puerto





Hace ya algunos años (50-60) la feria de El Puerto se celebraba en un lugar distinto al actual.

Concretamente el recinto ferial se ubicada a la salida de El Puerto, en la carretera de Jerez, donde hoy se encuentra el Parque de Bomberos.

Allí se desarrollaban las actividades de día, mientras que por la noche la fiesta se trasladaba al Paseo de la Victoria.

De día nuestras madres llevaban las cestas con la comida y bebida, hay que recordar que el poder adquisitivo de entonces era bastante menor.

Para poder llegar hasta allí se usaban los coches de caballos, un autobús especial que ponían al efecto (Empresa Botello) y la mayoría acudían a pie.

Se hacía una exposición de ganado, donde podían verse toros, vacas, corderos, cabras,… y lógicamente se hacían los tratos de compra y venta.

El resto del tiempo se dedicaba a bailar, comer charlar con los amigos, divertirse en las escasas atracciones: el carro “las patás”, la ola, las cunitas de “Perico”, los caballitos,…


En la velada las atracciones eran mas sofisticadas: el látigo, los coches choques, … pero  lo que realmente se hacía era bailar, pero por “lo fino”, es decir “agarrao” . Esto se hacía en “El Cortijo”.

Posteriormente la feria fue trasladada a la zona de Crevillet, perdiéndose este sabor añejo de la feria.



Recuerdo de ANTONIO PARADELA PINO

lunes, 16 de enero de 2012

Las Mallas en El Puerto



Hace ya algunos años, un grupo de Mujeres del Taller de Mayores, realizó un trabajo de recuerdo de "las Mallas de Terry", este grupo estaba compuesto por:
Milagros de Asís, Magdalena Otero, Ana María Roche y Milagros Conejo. (Con la colaboración del Aula de Informática y el Taller de Mayores.)
Su trabajo decía así:
Las Mallas de Terry en el Puerto
Era una artesanía manual que, en los años 50, se hizo muy popular en el Puerto de Santa María.

En la labor participaba casi toda la familia. Para ayudar en la economía familiar y poder atender las necesidades de aquellos tiempos. Era muy común que varios miembros de la familia se reunieran para realizar este trabajo, bien dentro de la casa o en el patio junto a otras vecinas. Mientras se trabajaba se aprovechaba para charlar o escuchar la novela de la radio.
 

Las mallas se confeccionaban con diferentes colores según la calidad de la bebida que se iba a envasar. Las mallas de las botellas que contenían  el coñac 1900 eran rojas y amarillas, los colores de la bandera española también se hacían en color verde, amarillo etc.
 

La empresa entregaba los hilos de seda, que eran pesados para  luego poder comprobar el retorno con el trabajo terminado, no podía faltar ni un gramo.
 

El plazo de entrega era de entre 7 a 15 días, dependiendo de la demanda que la empresa tuviera en ese momento.
 

El trabajo se pagaba, ya al final, a 6 pesetas por docena terminada. Las mallas eran probadas en el momento de la entrega, si había alguna defectuosa se devolvía toda la docena.
 

Se llegaban a confeccionar hasta tres docenas por jornada.
 

Con el tiempo, la empresa desechó definitivamente el producto artesanal para sus botellas con lo que las tareas familiares terminaron en el olvido y hoy son solo un referente anecdótico familiar de la saga de los años 50 y 60.





viernes, 13 de enero de 2012

Presentándonos

Este es un antiguo proyecto que tenemos en mente desde hace tiempo en el Aula de Informática  y que ahora estamos haciendo realidad.

Se trata de que los Mayores vayan compartiendo con nosotros sus recuerdos y que estos no se pierdan.

Pueden ser canciones, experiencias, poemas, chascarrillos,... Lo importante es hacer un esfuerzo por recordar, compartir con los demás lo que hemos vivido y que no se pierda ese gran tesoro que poseen nuestros Mayores.


Luz Casal: Busco entre mis recuerdos